El pasado mes
de junio quedó marcado tristemente para muchos feligreses de nuestro pueblo con
la muerte de uno de los franciscanos que más huella ha dejado por el Convento
de Ntra. Sra. de Gracia, el Padre Félix Robledo García (o.f.m.).
En el Santuario
de Nuestra Señora de Regla de Chipiona (Cádiz), lugar donde ejerció su último
servicio a Dios, el 24 de Junio de 2018 su corazón se detuvo a los 87 años de
edad, 69 años de profesión, de los que 63 los ofreció en el sacerdocio y 19 de
misionero en Marruecos.
Fr. Félix nació
el 10 de enero de 1931 en el pueblo burgalés de Sasamón. Hijo de Juan y
Nicanora. Era el tercer hijo del matrimonio. Su madre murió cuando él era
pequeño y se hizo cargo de la familia su tía Mercedes, hermana de su padre, que
a su vez era la madre de Fr. Esteban y Fr. Jesús Ibáñez. Quizá ella fuera quien
encauzara la vocación franciscana de nuestro hermano como lo hizo anteriormente
con sus hijos.
Después de los
estudios primarios en su pueblo natal ingresa a los 13 años en el convento de
Estepa y posteriormente en Martos (Jaén). Su noviciado trascurre del 2 de
octubre de 1948 al 3 de octubre de 1949 en Lebrija (Sevilla). Tras su primera
profesión es destinado a Chipiona a hacer los estudios teológicos. Profesa
solemne el 3 de Octubre de 1952 y recibe el ministerio sacerdotal el 29 de mayo
de 1955 en Chipiona de manos del Excmo. Mons. D. Tomás Gutiérrez Díez.
Aunque durante
su larga vida estuvo en más fraternidades, hacemos especial referencia a los
tres lugares en los que permaneció más tiempo y desempeñado de forma más plena
su entrega. La primera etapa corresponde a su estancia en Marruecos, en varias
localidades (Tánger, Tetuán y Larache). En los veintisiete años de estancia
unió su tarea educativa en el instituto español como profesor de religión con
las tareas parroquiales, grupos, acompañamiento y jóvenes.
La segunda
etapa corresponde a la de Vélez-Málaga. A esta localidad llega en el año 1979 y
está hasta 1997. Allí continúa impartiendo clases de religión hasta la
jubilación en 1994. Son muchas las funciones y tareas que desempeña en estos
años desde la guardianía del Convento hasta la ayuda en la parroquia,
capellanías y acompañamiento a las numerosas hermandades que residen en el
templo conventual.
Y es en la
tercera etapa cuando es destinado a Estepa, una etapa que duró veinte años.
Durante este periodo son muchos los servicios a la fraternidad como guardián
pero sobre todo como vicario durante muchos años. Siempre pendiente de los
servicios de la comunidad cristiana, sirviendo a las comunidades religiosas,
acogiendo a los que venían a la casa de espiritualidad y a los hermanos que por
aquí pasaban. Destacaba por su entrega a los Equipos de Nuestra Señora y el
servicio a los devotos de San Antonio. Se caracterizaba por carácter recio en
sus homilías pero a la vez mostraba en su sonrisa un alma sencilla, fraterna y
tremendamente franciscana. Le encantaba ponerse a la mesa como el que sirve,
acoger al que llegaba, despedir al que se iba y hacer familia con quien vivía.
Cuánto saben los almendros del Cerro de San Cristóbal de sus pensamientos que
escribía en unas pequeñas libretas a lápiz con una preciosa letra de molde.
Un Alzheimer
fue deteriorando su mente pero nunca su alma ni corazón que estuvieron íntegros
hasta el momento que el Señor lo llamó pasado el mediodía del 24 de Junio,
Solemnidad de San Juan Bautista y día del Señor. De la liturgia de este día
tomamos esta antífona que encaja y resume la vida de nuestro hermano: “Éste
vino para dar testimonio de la verdad”.
Fr. Juan José Rodríguez Mejías, ofm.
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